sábado, 25 de agosto de 2012


Cae el atardecer y como siempre te inunda el mismo sentimiento. No sabes explicar el torbellino de emociones que sientes, nostalgia, tristeza o simplemente la belleza de ese cielo rojo entra en ti y empuja todo lo que sientes fuera. Respiras hondo y cierras los ojos por un milésima de segundo. Lo haces por poco tiempo para que tus amigos no se pregunten que te pasa, porque no lo entenderían.
Al abrir los ojos parece que soy la única que se da cuenta de ese atardecer, que los demás con sus prisas e historias no paran esa milésima de segundo a contemplar una de las cosas más bonitas que existen, al menos para mi. Por un momento pienso que quizás ellos también están disimulando y sonrío con esa idea, me gusta pensar que no soy la única. 
No aparto la vista del cielo, me dispongo a saber que es lo que siento.
De repente me viene esa imagen a la cabeza. Estoy viajando, saliendo de España, miro por la ventanilla del avión y me acompaña un atardecer rojizo. Estoy flotando por las nubes, pues estoy por encima de ellas. Agacho la cabeza encontrando en mis manos un guía de viajes de Nueva York. Y sonrío,sonrío mucho.
Creo que cuando pensamos en nuestro sueño se nos dibuja una sonrisa especial y sentimos un cosquilleo en el estómago.Me muerdo el labio, tomo aire y suspiro antes e que el sol desaparezca entre millones de edificios. Huele a libertad.

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